lunes, 4 de enero de 2010

Desconcertado


Rabia. Impotencia. Furia. Ira. Venganza. Y... desconcierto...
No lo entendí en el momento en que sucedió. Tampoco lo entiendo ahora. No puedo entenderlo, o me faltan datos para entenderlo.
No quiero pensarlo. No me interesa. Y de pronto, nuevamente ese pensamiento viene a mi, irónicamente como un boomerang que se lanza y regresa... Y todo me recuerda a ese momento, todo lo relaciono a ese sentimiento. Lo que escucho, lo que huelo. Lo que toco, lo que saboreo. Lo que veo...
Furia contenida, desconcierto iniciado. No saber porqué sucede ni para qué sucede. No saber qué hacer ni por qué hacer. ¿Dejar suceder sin más? De todas formas, a quien le interesa. Si a mí no me interesa, a nadie más lo hará. O al menos eso creía...
Como sea. De todas maneras, hay varias cosas de las que encargarse antes que ponerse a repasar ese momento en mi mente una, y otra, y otra, y otra vez... No tengo nada que demostrar. No tengo nada que cambiar. No tengo nada que corregir. Lo hecho, hecho está... Y, a la vez, pienso que tengo mucho que demostrar, mucho que cambiar, mucho que corregir... y lo que está hecho, hecho está; pero lo que viene después, lo que hago ahora, eso debo cambiar. Debo mejorar. Para que lo que suceda en el futuro no sea malo en ningún sentido. Ninguno. Ninguno...

Avanzando por la vereda, descubro el inicio del amanecer. Era un día radiante y despejado de verano. Un día que marcaba el comienzo de la nueva década que se aproximaba. Mientras caminaba, se daban estos pensamientos tan raros e imponentes. Inconexos en ocasiones, molestos en todo sentido. No sé por qué le daba tantas vueltas al asunto. Era más importante lo que iba a lograr en pocas horas más, en el lugar al cual me dirigía para lograrlo. Y así tenía que ser. Nada ni nadie me lo iba a impedir. Si yo lo deseaba, y lo deseaba con todo mi ser, todo, y absolutamente todo lo que quisiese se cumpliría. Y así era.

Nada fuera de lo común. Todo en su lugar: veredas sucias, calles llenas de gente festejando las fiestas iniciales, basura por montones. Monotonía pura: nada diferente. Aburrido. ¿La misma micro de siempre? No. Esto parecía diferente. La micro era diferente. Llena, y por otro recorrido. ¿Me dejaría en mi destino? Realmente no lo sé... Lo que sí sé es que, sea como sea, lo haría, y lo lograría. Lo lograría bien. Y estaré alegre. Alegre como siempre he sido. Sin importar las adversidades. Alegre... siempre.

Así pasaron los minutos; así pasaron las horas. Procuré no pensar más en el hecho, sino en mantenerme firme de pie en la micro, ya que todos los asientos estaban ocupados y el viaje sería muy largo y demoledor. Pasaba por lugares ya conocidos, nada variables. En alguno que otro lado un señor salía a barrer en tan temprana mañana, siendo de seguro que acostarse temprano hizo el día anterior, ajeno a las celebraciones nocturnas que acarrean un nuevo año. Eso a destacar. Quizás mi temple no me dejaba fijarme mucho en las cosas alegres y optimistas. Tenía mis razones... pero siempre intentaba sacar lo mejor de mí, estar alegre y esperanzado. Más que esperanzado, sabía que las cosas iban a resultar y saldría todo bien. Vaya que preocupado estaba...

Hasta que, al fin, a una hora que no recuerdo, llegué a destino. Y era hora de enfrentar mi objetivo.

*****
****
***
**
*

-Buenos días.-
-Buenos días- replicaron los presentes.
-¿Y bien, estás listo para presentarnos tus avances?- me dijo el jefe de área del trabajo que realizaba. Trabajo que no vale la pena mencionar, porque no es relevante para la historia que cuento acá.
-Estoy... listo.- Dije, medio dudando. Pero seguro de que lo que traía era lo correcto.
-Bien, déjame verlo...-
-Por cierto, hubo ciertos lugares que no pude obtener datos, por diferentes razones que no fue posible subsanar.-

  El jefe de área revisaba los documentos que le entregaba, y uno a uno los hojeaba. Así pasaron los minutos, y me ponía nervioso al pasar del tiempo. ¿Estarán bien? ¿No habrá que corregirlos? ¿Habré cometido algún error mientras los revisaba y corregía en la madrugada de ese día?, eran algunas de mis dudas en mi cabeza.

Al final el jefe dejó los documentos, levantó la cabeza y me miró. Tragué saliva sigilosamente.

-Excelente trabajo. Están todos correctos- mencionó.
-¿Sí?- mencioné, un poco sorprendido pero muy alegre por lo expresado.
-Sí. De hecho, gracias a esto, prácticamente hemos cerrado la zona que nos correspondía observar. Ahora podremos celebrar que estamos cada vez más cerca de la meta.-
-Genial...- murmuré. Esperaba que sucediera, pero que la realidad me lo confirmara fue aún mejor.

Y, no hay más que decir. Me sentí alegre. Realizado. Esperanzado. Feliz por haberlo logrado. Y, lo mejor de todo... siempre con la frente arriba, pensando aterrizadamente pero en alto: lo voy a lograr. Porque por ello me esforcé. Por ello yo luché. Y por ello voy a triunfar.

Nada de pesimismos. Ese día no dejaría que nada me afectara. Nada. Ni nadie. Yo... iba... a triunfar!



S
 e
   a

     c
      o
       m
        o

          s
           e
            a
              .
               .
                .

PD: La furia puede traer confusión, y nublar tu mente. Pero nunca permitas que cambie lo que realmente eres, ni te haga actuar de una forma que nunca lo harías. Si lo permites, se acaba todo. Si lo controlas, eres quien triunfa. ¿Quién es más fuerte, tu furia o tú?

Piensa positivo.

(Pa, papapápa... pah poh!)

Saludos

1 comentario:

Cristian Briceño González dijo...

Por algún extraño motivo, lo de la furia me llegó... en fin, un poco tarde, pero aprendí de todos modos.

El inicio me gustó, un monólogo descontrolado, espontáneo... cotidiano quizá.

Saludos y feliz 2010