jueves, 14 de enero de 2010

La Campana: odisea de una subida


Iba bajando apurado, después de comerme el desayuno rápidamente y terminar de verificar que llevaba todo lo necesario para el transcurso del día. Sólo me restaba cruzar la avenida que está frente a mi casa y tomar el primer colectivo que pasase desocupado, puesto que el esperar y tomar una micro y llegar a mi destino hubiese sido tan rápido como realizar la danza de la lluvia y esperar sus resultados. Así continuaba el viaje, esperando cómodamente, sintiendo los rayos de un sol incipiente que se asomaba por el horizonte, prediciendo el estado del clima. Soleado. Calor incinerante, pero agradable. De seguro habría otro incendio como tantos en los alrededores de la ciudad. Después supe que no estaba equivocado...


  Llegando a mi parada, y caminando hasta la estación del metro, comenzaba a recordar cuándo fue la última vez que me interné en una aventura como ésta. Subir por el Parque Nacional La Campana hasta lo más alto posible... travesía de hace ya más de tres años. Quise escuchar música mientras el metro demoraba en llegar, pero... ups! olvidé cargar la batería... naturalmente, el resto del viaje será escuchando los sonidos de la "naturaleza" de cemento y acero de la ciudad, al menos hasta que llegase más cerca de los valles centrales. Y llegaba el metro: no pude evitar comparar el viaje con los de su homólogo de Santiago, incluyendo el modo de entrada y de pago, y la comodidad de viajar, junto con la infraestructura del mismo. Intentaba dormitar un poco: había dormido apenas 3 horas para ese momento. Craso error como me daría cuenta más adelante... Y de repente, alguien sube. Era Cristian. Señalé su atención como pude, pero él aludido no se dio por entendido; después de mirar largo rato hacia donde estaba, se dio media vuelta y se fue camino al otro vagón. Sacudiendo mi cabeza mientras me paraba de mi asiento, lo agarré al vuelo, y... ¡oh, sorpresa! encuentro inesperado. Nos bajamos en la estación El Sol para esperar a Ellen y Thomas, que venían más atrás en una salida más tardía. Una vez regresados al camino, sólo fue risas y alegrías. Aunque era la segunda vez que compartía con Ellen (y la primera con Thomas), entre todos teníamos cierta empatía que hacía muy divertido el viaje de ida a Limache.


  Así fue la llegada a La Campana, lugar de patrimonio natural de nuestra flora y fauna. Después de unas cuantas bromas y de recargar nuestras municiones de comida, llegamos en la micro local al lugar establecido. Bueno... no exactamente al lugar... nos perdimos en el camino y terminamos visitando una casa del sector. Aún debía tener en mi mente el hecho de hacer encuestas.
  Ahora sí, retomamos el camino y llegamos a la entrada. Con mapa y todo de camino a La Cima.


  El viaje fue mucho más rápido que la primera vez que subí, acompañado en aquel entonces por mis compañeros de curso de mi universidad. La diferencia se notaba, al recorrer lugares que recordaba con claridad con una rapidez sólo comparada a la que uso para bajar desde la Facultad de Medicina hasta el paradero de la PUCV. Y el cansancio comenzaba a llegar, mella de poco descansar y entrenar para esto. Pero no evitó que la pasásemos bien en el viaje, echándonos ánimos al avanzar, cantando canciones que no tenían contexto alguno con el paseo (¡Vamos a la playa!) o simplemente comentado historias, anécdotas, tallas que a todos nos pasan, en especial cuando tienes un grupo de personas que son de diferentes nacionalidades e idiomas, pero comparten cosas en común.



  Descansamos, nos sacamos fotos, llegamos a La Mina y tomamos un breve reposo. Luego, seguir avanzando hasta llegar a La Placa, por el camino de vehículos para no cansarnos demasiado antes de llegar al punto final del viaje. Buscando arañas grandes en el camino para regalárselas a Cristian con mucho cariño, y encontrando lagartijas en el proceso, sacándonos fotos en lugares que su servidor ubicaba (dado que era el único que había llegado antes hasta La Placa) y subiendo con leves resbalones, llegamos. Y a almorzar. La vista, como siempre, era hermosa. Nubarrones leves a lo lejos en la costa, nada diferente a lo que vi cuando fuimos como curso hace unos años atrás... sólo que ahora estaba más cansado que aquel entonces. Necesito ponerme en forma de nuevo, urgente, pensé, mientras me reía para mis adentros. El conjunto de colores y la luminosidad del sector, con un astro rey que por cierto quemaba a grandes rasgos, permitía observar la hermosura del conjunto. Vale la pena hacer el viaje para observarlo. Pero hay que ir entrenados, y no solo. Es importante tener a alguien que te acompañe.


  Eran las 2 de la tarde y continuamos con nuestro viaje. Después de deducir por enésima vez que Darwin había muerto inmediatamente después de colocar su placa en el lugar, nos propusimos la búsqueda de la verdad. La respuesta: en La Cima. Y comenzamos el camino... equivocado, de nuevo. Maldita señalética que no estaba en su correcto lugar. Y, en vez de irnos por el sendero correcto, tuvimos que subir por un camino formado casi completamente de rocas, con una caída libre de decenas de metros a cualquier paso en falso. Interesante. O lo sería, si no fuera porque en ese preciso momento me estaba comenzando a sentir muy cansado. La falta de sueño hacía efecto en mí. Pero logré observar detalles interesantes. Las rocas del lugar estaban tan erosionadas como las que se encuentran en la costa. En realidad, ¿a quién le interesa eso? Sólo era para sacar de mi mente la gigantesca duda que tenía en aquel instante... ¿Cómo vamos a bajar?
  

  Seguíamos escalando por las rocas engañosas, una verdadera cantera de lugar. Cristian y Ellen iban muchos metros más arriba, tanto que en un momento perdimos el contacto y, sólo con Thomas continuábamos el avanzar. De la nada, siento la tirantez característica de un músculo que se agarrota. Calambre. En mi tríceps sural derecho. Un exquisito dolor que me hacía temblar, y doblar la pierna de paso. En la posición en que estaba no era lo indicado. No tuve más remedio que descansar unos minutos en el lugar. No me rendiría por algo así. Iba a llegar a la cima como diera lugar. Siempre que no me pusiese ridículamente en peligro, claro. Veamos... otro intento, ordené a mi pierna izquierda mover. Y nuevamente, la rebeldía de mi cuerpo se hace presente en el calambre. Ahí supe que arriesgarme a continuar sería una completa estupidez.


  Thomas lucía preocupado. Intenté explicarle como pude lo que sucedía y la solución mientras trataba de controlarme entre la angustia y algo de miedo que sentí en el momento. Porque mi mayor preocupación era, a riesgo de sonar egoísta en toda índole, él cómo rayos iba a bajar de ahí. Tendría que recurrir a la ayuda humana. Rayos, odiaba eso. Me gusta lograr las cosas por mí mismo... pero iba a ser derrotado si no me comía ese orgullo. Por gracia divina, un árbol cercano junto a una pila de rocas con forma de asiento estaba a unos metros mío. Me arrastre como pude con mis manos, porque mis piernas lanzarían otro grito de rebeldía si las hacía funcionar. Así que con Thomas me quedé conversando, mientras esperábamos la ayuda del lugar. Creo que lo que más echamos en falta fue un buen libro para pasar la hora que habría que esperar.


  De repente, un joven extranjero bajaba por el sendero más arriba. Hablaba un poco de español, pero entendía mucho más el inglés, por lo que Thomas fue el principal orador en esta ocasión. Yo, en mi estado actual, era la inutilidad absoluta en traductor de lenguas, aunque algo de la conversación lograba captar. El joven tenía un nombre alemán que hasta ahora no recuerdo, y Thomas, del mismo origen que él, comenzaba a charlar... en alemán. Menos entendía, risas para mis adentros otra vez. Comunicación troglodita entre los tres, más mía que del resto, hablando de la situación actual, nuestras metas, y el fin al que estábamos allí. Había pasado cerca de media hora desde la locura inicial. Y llamaron de emergencias. Y enviaron el vehículo y las personas para ayudar. Y mis amigos llegaban desde La Cima que en esta ocasión no había logrado conquistar, pero ellos sí. Había esperanza. Y había que ponerse en marcha.




  Siendo posible comida de pumas o víctimas de la oscuridad absoluta del terreno, bajábamos lo más rápido que podíamos. Yo, con una marcha que no tendría mucho que envidiar a lo que practicamos el año pasado en mis clases de Técnicas Kinésicas II, apoyado en las rocas y de la mano de mis compañeros y amigos, bajando con cuidado y surfeando la tierra en el camino empinado de piedras calientes y tierra que ensuciaba como si te revolcases en ella. Dentro de todo, eso también fue divertido. Cristian fue quien más caídas llevaba de todos; yo recuperando cada vez más energía para bajar mejor y más rápido; Ellen con muchas ganas aún después de subir hasta la cima y regresar; Thomas con su tranquilidad característica continuaba el descenso mientras se turnaba en conversar con el alemán que nos ayudaba y los guardabosques que nos encontramos camino más abajo. No pude evitar preguntarles datos de primeros auxilios en terreno.



  Así, entre bromas y risas, llegamos a La Mina, donde esperaba el vehículo para bajar. Thomas se fue conmigo, y los demás continuaron por su cuenta para bajar. Aunque había recuperado suficiente energía para continuar el descenso, era mejor no arriesgarse a una nueva contractura. Y así descendimos, pobre de nuestros riñones siendo golpeados por el terreno irregular, mientras enseñaba a Thomas expresiones chilenas del ayer y hoy. Llegamos a la entrada, me hicieron firmar una constancia de nuestra aventura, y los guardabosques se fueron a descansar. Eran más de las 7 de la tarde...


  Y así terminaba nuestra gran aventura, concluyendo con una espera de media hora de los que bajaron a pie el resto del camino, lavándome lo más que podía porque parecía salido de una lucha de tierra y barro, y directos a la micro local. Agua refrescante sobre mí durante el trayecto, una exquisita empanada de camarón-queso en un negocio de Limache, con un brindis celebramos la aventura vivida. Y regresamos todos por el metro hasta nuestros respectivos hogares, aún echando tallas, aún reviviendo momentos divertidos, aún con energía y ganas, que sólo disminuyeron mientras iba en el colectivo camino a mi casa, mientras me sentaba en el pc a descargar las fotos de la cámara y subirlas a Facebook, comer algo, acostarme y, lentamente, cerrar los ojos y quedarme dormido...


  Hasta una nueva aventura en La Campana. Pero, esta vez, llegaré a la cima.


¡Estoy seguro de eso!







PD: Un gran abrazo y saludos a todos los que compartieron conmigo en esta gran aventura en que sucedió practicamente de todo. ¡Tenemos que repetirlo en otra ocasión!


Saludos





5 comentarios:

Cristian Briceño González dijo...

Debimos haberte dejado para que fueras comida de puma xD

Fue divertido, de todos modos... para la próxima... duerme wn!

Eso... saludos!
xD

ellen grim dijo...

y al fin no habían pumas para comerte : ) pasamos bien po!

Yo.- dijo...

a decir verdad, muy largo el texto...
lo q impide su lectura de manera fluida.

creo entender lo medular del texto q es q lo pasaste bn

igual wena
pa eso son las vacaciones.-

Ellen Grim dijo...

quiero vivir la aventura de nuevo!!

Anónimo dijo...

El hueón alemán también quiere dejar un comentario. Aunque sea bastante largo y muy detallado leí todo el texto. Es tan interesante verlo y compararlo con mis propios recuerdos de la situación. Fue un día lindo, a pesar de la falta de pumas y arañas.