lunes, 15 de noviembre de 2010

Hotel Plaza Londres: Publicidad Engañosa a la orden del día


Hoy me saldré de los escritos habituales para contarles mi experiencia en un mal lugar y un buen lugar para quedarse cuando viajen a Santiago de Chile. Comenzaremos primero por las malas experiencias:

         Érase una vez un viaje para el que habíamos hecho con mucha anticipación una reserva con mis amigas en una habitación para cuatro personas por dos noches en cierto hotel llamado "Hotel Plaza Londres", ubicado en el Barrio Londres (a una cuadra detrás de la Alameda, cerca de la Universidad de Chile y del metro del mismo nombre). La gracia costaba $40.000 por noche con baño compartido. 
     
        Cuento corto: al llegar, el tipo de la recepción nos dijo que no tenían registro de la reserva a pesar que enviaron un mail de confirmación, pero nos llevaron a una habitación de 4 personas. Cuando llegamos por nuestros propios medios a nuestra habitación, ya que lamentablemente la atención del personal (con excepción del personal de aseo y de comida) dejaba mucho que desear para lo que se espera de atender al cliente y ni siquiera fueron capaces de ayudarnos con las maletas, una vez dentro procedo a describir la "habitación". De forma levemente triangular, la entrada se veía rápidamente obstruida al avanzar por un camarote de dudosas condiciones de los dos presentes en la habitación, dejando un espacio más que pequeño e incómodo para pasar (ni pensar en caso de emergencia... ¿tirarse por la ventana desde el tercer piso, quizás?). Agregamos la alfombra con una misteriosa mancha extensa, una mesa de noche, otro mueble con un televisor, más la ventana de estilo antiguo, de esas que hay que cerrar por un mecanismo que embute un fierro en el marco de madera, sin contar que el fierro de la cortina se cayó con solo mover ésta, y... un espacio cerrado por una cortina en un fierro, iguales a los cambiadores de ropa de las tiendas de ropa pequeñas, de lo más intrigante... Las toallas entregadas estabas deshilachadas y se veían de dudosa procedencia, y el baño compartido naturalmente había que salir de la habitación para acceder a él, después de una meticulosa investigación del lugar porque nadie se dignó a explicarnos dónde se ubicaba. Lo único que salvaba eran los jabones. 

      Está de más decir que nos cambiamos inmediatamente de habitación; lo malo es que ya habíamos pagado, asi que de hotel aún no podíamos cambiar.

     Pedimos una habitación para tres personas, pero con baño privado, ya que de los cuatro sólo seríamos tres. Eso costaba cerca de $36.000 por noche. Se hizo notable la diferencia cuando nos cambiaron las toallas por unas decentes, y al entrar por una escalera que mucho distaba de la anterior para llegar a la habitación, ésta era más espaciosa, aunque nuevamente era muy diferente de las fotografías que este hotel en su página publica. Agrego que el encargado no sabía si tenían habitaciones libres (¿para qué tienen los registros entonces...?). La habitación contaba con una cama matrimonial y una cama de 1 plaza, esta última donde dormí con el colchón duro y las sábanas... sin comentarios. Era alfombrada, similar a la anterior pero con armario, baño dentro de la habitación, ventanas que no cerraban completamente con fierros de cortina que no se caían, televisor en las alturas y... un termostato. Lo único sorprendente.
    
    Sólo falta analizar el baño, el cual estaba decente. Al menos hasta que se inundó después que nos bañamos, del poco control del agua caliente, o mejor dicho hirviendo, que rápidamente me hizo pensar si estaba en una ducha o un baño turco. El único basurero disponible de la habitación era el del baño. ¿Mencioné que la pocilga anterior ni siquiera contaba con basurero?

     Pero como no todo es color de rosa, la publicidad engañosa se hace presente una vez más: hasta el día de hoy extrañamos la TV cable que debería tener esa habitación. Por otra parte, el internet era limitado a 20 minutos por persona en computadores con hardware y software que bien eran el último grito de la moda en el año 2004 y sólo superan en capacidad a Windows 98 SE. El tiempo fue bien empleado: cotizar otro hotel cercano que valiese la pena. Después de desempacar, lo primero que hicimos fue buscar otro hotel que valiera su precio en comodidad y servicio. Lo encontramos, pero eso ya es otra historia.

Vista desde la habitación "decente" durante la mañana.
Lo positivo a destacar (si es que hay algo): la vista durante la mañana en la habitación privada, y el servicio del desayuno y del aseo, la honradez de guardarnos una plancha de pelo que se quedó después que nos fuimos. Ah, y los salones de estar con detalles y elementos del Londres del siglo XIX.

Lo negativo: La irresponsabilidad, desorden y poco servicial trato al cliente de parte de la recepción. Además de todo lo mencionado anteriormente.

Como moraleja de esta historia, mejor cotize en el lugar el hotel al que quiera ir (sobretodo si es barato) y no se fíe de la publicidad ni las fotos por internet, son pocos los que realmente lo valen. Es por eso que, a menos que quiera experimentar lo anterior o realmente no tenga dinero, por ningún motivo vaya a quedarse a este hotel. En el siguiente artículo les recomendaré un hotel mil veces mejor y a un precio módico que lo vale.

Saludos!

jueves, 14 de enero de 2010

La Campana: odisea de una subida


Iba bajando apurado, después de comerme el desayuno rápidamente y terminar de verificar que llevaba todo lo necesario para el transcurso del día. Sólo me restaba cruzar la avenida que está frente a mi casa y tomar el primer colectivo que pasase desocupado, puesto que el esperar y tomar una micro y llegar a mi destino hubiese sido tan rápido como realizar la danza de la lluvia y esperar sus resultados. Así continuaba el viaje, esperando cómodamente, sintiendo los rayos de un sol incipiente que se asomaba por el horizonte, prediciendo el estado del clima. Soleado. Calor incinerante, pero agradable. De seguro habría otro incendio como tantos en los alrededores de la ciudad. Después supe que no estaba equivocado...


  Llegando a mi parada, y caminando hasta la estación del metro, comenzaba a recordar cuándo fue la última vez que me interné en una aventura como ésta. Subir por el Parque Nacional La Campana hasta lo más alto posible... travesía de hace ya más de tres años. Quise escuchar música mientras el metro demoraba en llegar, pero... ups! olvidé cargar la batería... naturalmente, el resto del viaje será escuchando los sonidos de la "naturaleza" de cemento y acero de la ciudad, al menos hasta que llegase más cerca de los valles centrales. Y llegaba el metro: no pude evitar comparar el viaje con los de su homólogo de Santiago, incluyendo el modo de entrada y de pago, y la comodidad de viajar, junto con la infraestructura del mismo. Intentaba dormitar un poco: había dormido apenas 3 horas para ese momento. Craso error como me daría cuenta más adelante... Y de repente, alguien sube. Era Cristian. Señalé su atención como pude, pero él aludido no se dio por entendido; después de mirar largo rato hacia donde estaba, se dio media vuelta y se fue camino al otro vagón. Sacudiendo mi cabeza mientras me paraba de mi asiento, lo agarré al vuelo, y... ¡oh, sorpresa! encuentro inesperado. Nos bajamos en la estación El Sol para esperar a Ellen y Thomas, que venían más atrás en una salida más tardía. Una vez regresados al camino, sólo fue risas y alegrías. Aunque era la segunda vez que compartía con Ellen (y la primera con Thomas), entre todos teníamos cierta empatía que hacía muy divertido el viaje de ida a Limache.


  Así fue la llegada a La Campana, lugar de patrimonio natural de nuestra flora y fauna. Después de unas cuantas bromas y de recargar nuestras municiones de comida, llegamos en la micro local al lugar establecido. Bueno... no exactamente al lugar... nos perdimos en el camino y terminamos visitando una casa del sector. Aún debía tener en mi mente el hecho de hacer encuestas.
  Ahora sí, retomamos el camino y llegamos a la entrada. Con mapa y todo de camino a La Cima.


  El viaje fue mucho más rápido que la primera vez que subí, acompañado en aquel entonces por mis compañeros de curso de mi universidad. La diferencia se notaba, al recorrer lugares que recordaba con claridad con una rapidez sólo comparada a la que uso para bajar desde la Facultad de Medicina hasta el paradero de la PUCV. Y el cansancio comenzaba a llegar, mella de poco descansar y entrenar para esto. Pero no evitó que la pasásemos bien en el viaje, echándonos ánimos al avanzar, cantando canciones que no tenían contexto alguno con el paseo (¡Vamos a la playa!) o simplemente comentado historias, anécdotas, tallas que a todos nos pasan, en especial cuando tienes un grupo de personas que son de diferentes nacionalidades e idiomas, pero comparten cosas en común.



  Descansamos, nos sacamos fotos, llegamos a La Mina y tomamos un breve reposo. Luego, seguir avanzando hasta llegar a La Placa, por el camino de vehículos para no cansarnos demasiado antes de llegar al punto final del viaje. Buscando arañas grandes en el camino para regalárselas a Cristian con mucho cariño, y encontrando lagartijas en el proceso, sacándonos fotos en lugares que su servidor ubicaba (dado que era el único que había llegado antes hasta La Placa) y subiendo con leves resbalones, llegamos. Y a almorzar. La vista, como siempre, era hermosa. Nubarrones leves a lo lejos en la costa, nada diferente a lo que vi cuando fuimos como curso hace unos años atrás... sólo que ahora estaba más cansado que aquel entonces. Necesito ponerme en forma de nuevo, urgente, pensé, mientras me reía para mis adentros. El conjunto de colores y la luminosidad del sector, con un astro rey que por cierto quemaba a grandes rasgos, permitía observar la hermosura del conjunto. Vale la pena hacer el viaje para observarlo. Pero hay que ir entrenados, y no solo. Es importante tener a alguien que te acompañe.


  Eran las 2 de la tarde y continuamos con nuestro viaje. Después de deducir por enésima vez que Darwin había muerto inmediatamente después de colocar su placa en el lugar, nos propusimos la búsqueda de la verdad. La respuesta: en La Cima. Y comenzamos el camino... equivocado, de nuevo. Maldita señalética que no estaba en su correcto lugar. Y, en vez de irnos por el sendero correcto, tuvimos que subir por un camino formado casi completamente de rocas, con una caída libre de decenas de metros a cualquier paso en falso. Interesante. O lo sería, si no fuera porque en ese preciso momento me estaba comenzando a sentir muy cansado. La falta de sueño hacía efecto en mí. Pero logré observar detalles interesantes. Las rocas del lugar estaban tan erosionadas como las que se encuentran en la costa. En realidad, ¿a quién le interesa eso? Sólo era para sacar de mi mente la gigantesca duda que tenía en aquel instante... ¿Cómo vamos a bajar?
  

  Seguíamos escalando por las rocas engañosas, una verdadera cantera de lugar. Cristian y Ellen iban muchos metros más arriba, tanto que en un momento perdimos el contacto y, sólo con Thomas continuábamos el avanzar. De la nada, siento la tirantez característica de un músculo que se agarrota. Calambre. En mi tríceps sural derecho. Un exquisito dolor que me hacía temblar, y doblar la pierna de paso. En la posición en que estaba no era lo indicado. No tuve más remedio que descansar unos minutos en el lugar. No me rendiría por algo así. Iba a llegar a la cima como diera lugar. Siempre que no me pusiese ridículamente en peligro, claro. Veamos... otro intento, ordené a mi pierna izquierda mover. Y nuevamente, la rebeldía de mi cuerpo se hace presente en el calambre. Ahí supe que arriesgarme a continuar sería una completa estupidez.


  Thomas lucía preocupado. Intenté explicarle como pude lo que sucedía y la solución mientras trataba de controlarme entre la angustia y algo de miedo que sentí en el momento. Porque mi mayor preocupación era, a riesgo de sonar egoísta en toda índole, él cómo rayos iba a bajar de ahí. Tendría que recurrir a la ayuda humana. Rayos, odiaba eso. Me gusta lograr las cosas por mí mismo... pero iba a ser derrotado si no me comía ese orgullo. Por gracia divina, un árbol cercano junto a una pila de rocas con forma de asiento estaba a unos metros mío. Me arrastre como pude con mis manos, porque mis piernas lanzarían otro grito de rebeldía si las hacía funcionar. Así que con Thomas me quedé conversando, mientras esperábamos la ayuda del lugar. Creo que lo que más echamos en falta fue un buen libro para pasar la hora que habría que esperar.


  De repente, un joven extranjero bajaba por el sendero más arriba. Hablaba un poco de español, pero entendía mucho más el inglés, por lo que Thomas fue el principal orador en esta ocasión. Yo, en mi estado actual, era la inutilidad absoluta en traductor de lenguas, aunque algo de la conversación lograba captar. El joven tenía un nombre alemán que hasta ahora no recuerdo, y Thomas, del mismo origen que él, comenzaba a charlar... en alemán. Menos entendía, risas para mis adentros otra vez. Comunicación troglodita entre los tres, más mía que del resto, hablando de la situación actual, nuestras metas, y el fin al que estábamos allí. Había pasado cerca de media hora desde la locura inicial. Y llamaron de emergencias. Y enviaron el vehículo y las personas para ayudar. Y mis amigos llegaban desde La Cima que en esta ocasión no había logrado conquistar, pero ellos sí. Había esperanza. Y había que ponerse en marcha.




  Siendo posible comida de pumas o víctimas de la oscuridad absoluta del terreno, bajábamos lo más rápido que podíamos. Yo, con una marcha que no tendría mucho que envidiar a lo que practicamos el año pasado en mis clases de Técnicas Kinésicas II, apoyado en las rocas y de la mano de mis compañeros y amigos, bajando con cuidado y surfeando la tierra en el camino empinado de piedras calientes y tierra que ensuciaba como si te revolcases en ella. Dentro de todo, eso también fue divertido. Cristian fue quien más caídas llevaba de todos; yo recuperando cada vez más energía para bajar mejor y más rápido; Ellen con muchas ganas aún después de subir hasta la cima y regresar; Thomas con su tranquilidad característica continuaba el descenso mientras se turnaba en conversar con el alemán que nos ayudaba y los guardabosques que nos encontramos camino más abajo. No pude evitar preguntarles datos de primeros auxilios en terreno.



  Así, entre bromas y risas, llegamos a La Mina, donde esperaba el vehículo para bajar. Thomas se fue conmigo, y los demás continuaron por su cuenta para bajar. Aunque había recuperado suficiente energía para continuar el descenso, era mejor no arriesgarse a una nueva contractura. Y así descendimos, pobre de nuestros riñones siendo golpeados por el terreno irregular, mientras enseñaba a Thomas expresiones chilenas del ayer y hoy. Llegamos a la entrada, me hicieron firmar una constancia de nuestra aventura, y los guardabosques se fueron a descansar. Eran más de las 7 de la tarde...


  Y así terminaba nuestra gran aventura, concluyendo con una espera de media hora de los que bajaron a pie el resto del camino, lavándome lo más que podía porque parecía salido de una lucha de tierra y barro, y directos a la micro local. Agua refrescante sobre mí durante el trayecto, una exquisita empanada de camarón-queso en un negocio de Limache, con un brindis celebramos la aventura vivida. Y regresamos todos por el metro hasta nuestros respectivos hogares, aún echando tallas, aún reviviendo momentos divertidos, aún con energía y ganas, que sólo disminuyeron mientras iba en el colectivo camino a mi casa, mientras me sentaba en el pc a descargar las fotos de la cámara y subirlas a Facebook, comer algo, acostarme y, lentamente, cerrar los ojos y quedarme dormido...


  Hasta una nueva aventura en La Campana. Pero, esta vez, llegaré a la cima.


¡Estoy seguro de eso!







PD: Un gran abrazo y saludos a todos los que compartieron conmigo en esta gran aventura en que sucedió practicamente de todo. ¡Tenemos que repetirlo en otra ocasión!


Saludos





miércoles, 13 de enero de 2010

Un mar de la consciencia sin control...


Ya no pensaba... ya no cavilaba... ya no hacía nada que pudiera ser coherente, sincero y transparente a la vez. No podía... no me dejaba. Lo intentaba, pero, cada vez más, el peligro estaba allí... acechándome... Eso es lo que creía. Que el destino no me dejaba plantar cara a los retos que más adelante se me imponían. Quién sabría... nadie quizás. Quién podría... alguien tal vez. A saber quién... sólo una cosa: ese alguien sólo podría controlar su propio destino; yo controlaré mi propio camino.

  Caminaba sin rumbo fijo a través de la avenida principal de mis sueños. Lo veía todo claro: rojo, tolerante; azul, fulgurante; violeta, liso; plateado, monofásico; gris, aciago; y blanco, puro y hermoso. Era muy raro, muy lindo y muy hermoso. Muy surrealista. Muy... único. Único de mi mente, pero también de mi realidad. Porque las cosas de mi mente también son reales, con el solo hecho de haberlas pensado, haberlas creado con un sinfín de imágenes inconexas, deshechas y rehechas, pacto unánime de poder bioquímico-eléctrico entre sinapsis neuronales, conexiones atómicas y también moleculares que me permiten pensar mi siguiente movimiento, mi siguiente treta, mi siguiente... digámosle... suerte de principiante. Pero ese término no queda tan bien.
  Mejor... suerte de quien la busca. Del que la busca.

  Mi camino se extendía más allá de las estrellas, como punto fijo hacia la luz que irradia el astro ser, hacia el lugar de mis lejanos horizontes, meta inconsciente que deseaba alcanzar. Un mar de ilusiones, un tormento de pesares, un agrado de vista, una alegría incondicional y esperanzadora. ¡Un mix de cosas! Una ilusión por hacer realidad.



  La verdad es que no tengo nada que expresar, nada que poner, nada que escribir, nada que pensar. Y, a la vez, quiero decirlo todo. Pero ese "todo" está tan mezclado, realmente, que no sé cuánto de ello controlaré, y qué cosas podré... expresar como antes. Me siento maniático, autómata, escribiendo estas líneas en el confín de mis pensamientos y sentimientos volando mis dedos por mi teclado, corriendo la pluma entintada sobre las hojas de mi cuaderno de ilusiones, perseverante sin un fin claro y bien difuso en parte, quieréndolo alcanzar todo y a la vez, intentando hacer de todo esto una historia real... un sueño genial... un arreglo colosal... un escrito mortal. Y sí... podría ser bien una cosa poca, algo irreal y de sueño, onírico en su mayoría, y tan surrealista como aquel cuadro de relojes desinflados y extendidos sobre varias ilusiones de objetos metálicos y madera pintados a la orden y vista de la mente humana que los crea, que hace de lo surrealista todo lo que podíamos siempre desear, todo lo que podíamos imaginar, y lo que podemos lograr... si damos forma a nuestros sueños, a nuestros amargos, a nuestras ilusiones, y a nuestro sinfín y confín de pensamientos meta-analísticos e imaginarios... pero reales. Y saber que todo esto es posible de lograr con esfuerzo, sabiduría y voluntad, la mente siempre firme hacia delante, sin pensar en las consecuencias luego de haberlas analizado concluyentemente, escribiendo sin pesar y sin fin en el mar de ilusiones... con la libertad de un ave que emprende el vuelo, sin tener el tiempo en contra y a la vez apurándome por querer ir a dormir... Pero mis procesos corporales no importan: quiero expresar lo que pienso y siento aunque sea un corrido de manchones, un mix de cosas, una corriente de la consciencia descontrolada y sólo medida por las reglas ortográficas y gramaticales, sumadas a la deidad ocasional presentada en mis escritos, lector aquel que presta su tiempo a observar los escritos y comentar de ello, juzga razón idolatra el autor, o quizás una referencia sea al tiempo pasado con su persona y compañía, mar de ilusiones momentáneas y mezcla de pensamientos alocados sin control alguno absoluto de la mente que piensa estas cosas...

  Porque en esta ocasión no hay un consejo como aquel entonces, porque no hay mucho más que decir que lo que ya dicho y escrito está. No hay necesidad de hacerlo más largo, ni de escribir más en el proceso.
  Por eso... me voy (feliz y satisfecho de haber dejado un plasmado de historia escrita en mis referencias de continuación).

E intentaré ser más fiel a mis escritos originales, dejando un consejo más que una advertencia, y poniendo énfasis en las cosas de la vida que tanto a mi mente y mis cosas, que en realidad sólo a mí importan, y a unos pocos interesados que no lo pueden solucionar. Gracias agradezco a todos de corazón, y adios.

lunes, 4 de enero de 2010

Desconcertado


Rabia. Impotencia. Furia. Ira. Venganza. Y... desconcierto...
No lo entendí en el momento en que sucedió. Tampoco lo entiendo ahora. No puedo entenderlo, o me faltan datos para entenderlo.
No quiero pensarlo. No me interesa. Y de pronto, nuevamente ese pensamiento viene a mi, irónicamente como un boomerang que se lanza y regresa... Y todo me recuerda a ese momento, todo lo relaciono a ese sentimiento. Lo que escucho, lo que huelo. Lo que toco, lo que saboreo. Lo que veo...
Furia contenida, desconcierto iniciado. No saber porqué sucede ni para qué sucede. No saber qué hacer ni por qué hacer. ¿Dejar suceder sin más? De todas formas, a quien le interesa. Si a mí no me interesa, a nadie más lo hará. O al menos eso creía...
Como sea. De todas maneras, hay varias cosas de las que encargarse antes que ponerse a repasar ese momento en mi mente una, y otra, y otra, y otra vez... No tengo nada que demostrar. No tengo nada que cambiar. No tengo nada que corregir. Lo hecho, hecho está... Y, a la vez, pienso que tengo mucho que demostrar, mucho que cambiar, mucho que corregir... y lo que está hecho, hecho está; pero lo que viene después, lo que hago ahora, eso debo cambiar. Debo mejorar. Para que lo que suceda en el futuro no sea malo en ningún sentido. Ninguno. Ninguno...

Avanzando por la vereda, descubro el inicio del amanecer. Era un día radiante y despejado de verano. Un día que marcaba el comienzo de la nueva década que se aproximaba. Mientras caminaba, se daban estos pensamientos tan raros e imponentes. Inconexos en ocasiones, molestos en todo sentido. No sé por qué le daba tantas vueltas al asunto. Era más importante lo que iba a lograr en pocas horas más, en el lugar al cual me dirigía para lograrlo. Y así tenía que ser. Nada ni nadie me lo iba a impedir. Si yo lo deseaba, y lo deseaba con todo mi ser, todo, y absolutamente todo lo que quisiese se cumpliría. Y así era.

Nada fuera de lo común. Todo en su lugar: veredas sucias, calles llenas de gente festejando las fiestas iniciales, basura por montones. Monotonía pura: nada diferente. Aburrido. ¿La misma micro de siempre? No. Esto parecía diferente. La micro era diferente. Llena, y por otro recorrido. ¿Me dejaría en mi destino? Realmente no lo sé... Lo que sí sé es que, sea como sea, lo haría, y lo lograría. Lo lograría bien. Y estaré alegre. Alegre como siempre he sido. Sin importar las adversidades. Alegre... siempre.

Así pasaron los minutos; así pasaron las horas. Procuré no pensar más en el hecho, sino en mantenerme firme de pie en la micro, ya que todos los asientos estaban ocupados y el viaje sería muy largo y demoledor. Pasaba por lugares ya conocidos, nada variables. En alguno que otro lado un señor salía a barrer en tan temprana mañana, siendo de seguro que acostarse temprano hizo el día anterior, ajeno a las celebraciones nocturnas que acarrean un nuevo año. Eso a destacar. Quizás mi temple no me dejaba fijarme mucho en las cosas alegres y optimistas. Tenía mis razones... pero siempre intentaba sacar lo mejor de mí, estar alegre y esperanzado. Más que esperanzado, sabía que las cosas iban a resultar y saldría todo bien. Vaya que preocupado estaba...

Hasta que, al fin, a una hora que no recuerdo, llegué a destino. Y era hora de enfrentar mi objetivo.

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-Buenos días.-
-Buenos días- replicaron los presentes.
-¿Y bien, estás listo para presentarnos tus avances?- me dijo el jefe de área del trabajo que realizaba. Trabajo que no vale la pena mencionar, porque no es relevante para la historia que cuento acá.
-Estoy... listo.- Dije, medio dudando. Pero seguro de que lo que traía era lo correcto.
-Bien, déjame verlo...-
-Por cierto, hubo ciertos lugares que no pude obtener datos, por diferentes razones que no fue posible subsanar.-

  El jefe de área revisaba los documentos que le entregaba, y uno a uno los hojeaba. Así pasaron los minutos, y me ponía nervioso al pasar del tiempo. ¿Estarán bien? ¿No habrá que corregirlos? ¿Habré cometido algún error mientras los revisaba y corregía en la madrugada de ese día?, eran algunas de mis dudas en mi cabeza.

Al final el jefe dejó los documentos, levantó la cabeza y me miró. Tragué saliva sigilosamente.

-Excelente trabajo. Están todos correctos- mencionó.
-¿Sí?- mencioné, un poco sorprendido pero muy alegre por lo expresado.
-Sí. De hecho, gracias a esto, prácticamente hemos cerrado la zona que nos correspondía observar. Ahora podremos celebrar que estamos cada vez más cerca de la meta.-
-Genial...- murmuré. Esperaba que sucediera, pero que la realidad me lo confirmara fue aún mejor.

Y, no hay más que decir. Me sentí alegre. Realizado. Esperanzado. Feliz por haberlo logrado. Y, lo mejor de todo... siempre con la frente arriba, pensando aterrizadamente pero en alto: lo voy a lograr. Porque por ello me esforcé. Por ello yo luché. Y por ello voy a triunfar.

Nada de pesimismos. Ese día no dejaría que nada me afectara. Nada. Ni nadie. Yo... iba... a triunfar!



S
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   a

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      o
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            a
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               .
                .

PD: La furia puede traer confusión, y nublar tu mente. Pero nunca permitas que cambie lo que realmente eres, ni te haga actuar de una forma que nunca lo harías. Si lo permites, se acaba todo. Si lo controlas, eres quien triunfa. ¿Quién es más fuerte, tu furia o tú?

Piensa positivo.

(Pa, papapápa... pah poh!)

Saludos