jueves, 29 de octubre de 2009

Esperando...

 
  Calor. Eso era lo que pensaba (y sentía) cuando estaba hoy descansando de mi paseo diario por las calles de mi territorio. Era un calor excesivo. Y mi delicado pelaje no me lo hacía más fácil: negro, sedoso y brillante, pero caluroso. Ya era hora de pelechar, se suponía, pero aún no caía vello alguno de mí, y mis bolas de pelo no eran tan densas como sí lo habían sido en esas temporadas. Vaya... ¿por qué rayos hace tanto calor aquí?

  Seguía caminando en un mar de ondas térmicas tan altas que sentía como si una presión invisible sobre mí me empujara al suelo y no me dejara avanzar más... como si la bola de fuego gigante que estaba quemándose a millones de kilometros de aquí y que es tan grande que se aprecia a simple vista usase todo su peso sobre mi ser para impedirme llegar a donde quería ir. Me sentía atontado, aplastado "como pollo en medio de la carretera (comiendo coronta de choclo)" por el exceso de calor, y no sabía qué decir, qué hacer ni mucho menos qué pensar. Luz, suelo, pasto, flores, madera, casas, cielo, Sol, mar, aire, olor... y otra vez el dichoso calor. Pero no tenía sentido seguir pensando en eso. Me torturaría hasta que esa bola infernal se escondiese en el horizonte y el cielo se apagase hasta quedar tan oscuro que apenas diferenciaría mis patas de la tierra húmeda por el rocío nocturno... eso, claro, si fuera humano.

  Y mi caminar al fin dio un punto nuevo en qué pensar: aventura. Emoción, dicha de movimiento, felicidad de hacer algo que quieres, es inesperado y trae nuevas experiencias muy placenteras. Aunque para mi ser, encontrar una aventura no era algo tan fácil de realizar como lo era respirar. Tenía que buscar, encontrar y hallar hasta quedar satisfecho con salir corriendo de los autos que pasaban cerca mío, molestar a los perros vagabundos que se aburrían echados en el suelo de las aceras, rebuscar en extraños especies de recipientes fríos y duros con miles de objetos y restos de algo que era esencial para vivir: comida, entre otras "aventuras". Pero ésto era diferente...

  Un humano. Es la primera vez que veo uno de ese modo. Un humano pasivo, gentil, con un aura agradable, sensible y... cariñosa. Aparentemente era un humano con muchos años de experiencias; se notaba diferente de muchos otros que había visto antes en mis paseos rutinarios. No suelo acercarme a los humanos... pero éste... éste era especial.
  En ese momento, el humano (que estaba de espaldas a mí) se volteó, y me miró. Pude ver en sus ojos la sorpresa y la emoción. Me vi reflejado en sus pupilas, ahora dilatadas, y observé como avanzaba hacia mí con pasos agigantados. Por reflejo, me sobresalté, y mis patas se flexionaron listas para saltar y emprender la huída. Pero, por una razón, me quedé allí, esperando. De algún modo sabía que ese humano no tenía malas intenciones y que no iba a dañarme o algo así. Entonces el humano paró en frente de mí, y se puso a la altura de mi cara. Me acerqué.

  Él acercó su mano hacia mi cabeza, y pasó sus dedos por sobre mi pelaje, como lo hacía cuando me acicalaba. Un gorjeo involuntario salió de mi garganta. Se sentía muy agradable... me recordaba a mi madre cuando me lamía mientras aún era un infante. Si alguna vez sentí nerviosismo por lo que fuera a suceder, fue en ese momento cuando perdí el miedo y tuve confianza.

  El humano dijo algo en su idioma, que no pude entender. Tenía una voz profunda y seria, pero amable y suave a la vez. Sin embargo, comprendí sus intenciones: se iría del lugar y volvería luego. Muy pronto. O al menos eso quería.

  Lo esperé, sentándome en el suelo de la acera, mientras él se volteaba y emprendía el rumbo en dirección contraria a mi ser. Lo vi alejarse por el camino hasta llegar a la esquina... y de allí, se perdió entre el gentío. Sabía que volvería algún día, asi que decidí esperarlo... Esperarlo hasta que descubriese por qué su presencia me hacía sentir bien, por qué despedía un aroma tan irresistible, por qué su voz se oía como la amabilidad del amor expresado físicamente, por qué su sola presencia me tranquilizaba... por qué estar junto a él me hacía sentir tan bien.

  Esperé, esperé, y esperé... algún día tendrá que volver.

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  Habían pasado unos 14 años desde aquella vez en que encontré mi mayor aventura. Yo ya no era el de antes: me había vuelto más viejo, mis huesos dolían si caminaba mucho, y mis bigotes eran más blancos que la nieve pura al caer. Pero insistía en recorrer los mismos caminos, y de vez en cuando pasaba por la acera donde tuvo lugar aquel acontencimiento tan importante para mí.

  Para ese entonces ya conocía medio mundo, y lo que no había visto lo había oído por medio de otros gatos del sector, con los cuales compartíamos aventuras, conocimientos, emociones y experiencias... sentimientos varios. Entre ellos, uno me contó que había presenciado un fuerte evento: la muerte de un humano. Atónito, escuchaba como vio a un humano anciano ser golpeado por un gigantesco animal frío y duro que iba muy rápido para ser esquivado, y caer al suelo con tal fuerza que retumbó por varias cuadras a la redonda. Lamentablemente, el humano no volvió a levantarse después de ello. Los humanos cercanos hicieron mucho escándalo, y hubo muchas luces y sonidos que nunca antes vio, y no supo reconocer.

  "Es raro..." -me dijo-, "su aroma es muy parecido al que tienes tú".
  "Hace cuánto sucedió ésto" -pregunté con miedo.
  "Tres días atrás..." -respondió. La conversación tuvo lugar 14 años atrás.

  Aún entonces, y después de eso, seguía esperando... Todos los días venía a este lugar con emoción... pero él no aparecía.


  Pensaba irme como habitualmente lo hacía, cuando de repente sentí una esencia. Una muy peculiar... que me hacía sentir bien. Y lo divisé. Estaba seguro. Mis sentidos no podían engañarme. Estaba de espaldas a mí, a solo unos metros de distancia... aunque estaba seguro que hace unos segundos no estaba ahí. Sólo recuerdo que corrí hacia él, raudamente, hasta alcanzarle su pie. Él se volteó como aquella vez, y me miró con su dulce sonrisa en el rostro. Y nuevamente me habló con su voz cálida y serena. Para ese entonces ya comprendía algunas palabras del idioma humano, pero... no podía entender con claridad lo que dijo. Era algo como "Ven conmigo". Me acerqué a él, mientras me tendía su mano. Sentí un estridente sonido y un chirriar de algo resbalando contra el suelo, y de repente, todo se volvió blanco. Y sólo estábamos... él y yo.

martes, 3 de febrero de 2009

Confusión

Todo lo veía como si fuera una nube de humo negro.
Caos. Y confusión. Todo estaba revuelto. Era tanto que mareaba a la vista, y la sensación me hacía pensar que de seguir así, tendría que ir corriendo al baño más cercano.
Y respirar. ¿Para qué decirlo? Me había olvidado por completo de aquello. Aunque en realidad, sabía que no era necesario en donde estaba, en cuanto recordé que existía esa capacidad recuperé un poco el frescor que necesitaba. El mareo había disminuido un poco.
Ahora sí podía poner un poco de orden en ese caos. Y comencé a vislumbrar lo que había más allá...
Un rayo de luz. Si. ¿Un rayo de luz? ¿Pero de qué iba todo esto?

-Como si no lo supieras...- expresó una voz en mi mente. Al principio no la reconocí.
-¿Y por qué se supone que debería saberlo?- le dije.
-Es fácil. Está en tu interior, ¿no?. Entonces, por ende deberías de saber que sucede aquí-.
Muy lógico.
-Aunque me digas eso, no entiendo aún qué es todo esto. Y, por cierto... ¿qué haces aquí?- exclamé. La voz no me era extraña, pero tampoco era demasiado familiar...

Sin embargo, no la volví a oir despues de aquello. No respondió a mi pregunta. "Maldición", expresé para mis adentros.
Entonces fue cuando recordé el motivo por el cual estaba aquí. Quería pensar, quería demostrar una vez más lo que sentía. Pero era una confusión de sentimientos, y no sabía si podía ponerles orden antes de que todo terminase.

Volví la cabeza una vez más hacia ese rayo de luz. Parecía la luz del Sol que se cuela entre las nubes grises de invierno, y hacía contacto con la tierra en donde crecía el brote de una planta pequeña. Sus dos hojas verdes, unidas a un pequeño tallo en crecimiento, eran la imagen vívida del momento... Pero no me sentía cómodo aquí. No me gustaban los días grises, ni esa imagen en especial. No me gustaban los días nublados. Me deprimían. Y ese sentimiento era aborrecible.

-Nunca te gustaron, ni nunca te gustarán. Te hacen recordar esos momentos más duros de tu infancia, de toda tu vida. Aquellos que quisiste dejar atrás...-
De nuevo la voz. Ésta vez ya sabía a quién me enfrentaba. Lo comprendí al escuchar lo último.
-De todos modos, todo eso quedó ya en el pasado. Es irremediable, no se puede cambiar. Sólo cambia lo que he hecho ahora, y perfectamente puedo dar un vuelco a todas las cosas si quisiera realmente y lo hiciera-.
- Ju.- rio. -Entonces hazlo... ¿qué esperas? Es tan sencillo, tan fácil, que no entiendo por qué antes no hiciste siquiera en pensarlo...-
-Porque no me hace ni pizca de gracia la idea...- le respondí, mientras entrecerraba los ojos. Notaba como mi mirada infringía desprecio hacia el lugar de procedencia de esa voz.
-Sigo sin entender el por qué... No me basta que simplemente no te guste- respondió.

Comenzaba a hacerse pesado y molesto. No me gustaba que me criticasen cada cosa y cada decisión que tomase. A menos claro, que esa crítica tuviese un fin beneficioso... Pero aquí era simple curiosidad. Se notaba. Y venía, claro, de parte de alguien completamente desconocido para mí. ¿Quién se cree para meterse en mis asuntos? Pero... por otra parte, no me era tan desconocido. Sentía que lo conocía, quizás mucho más de lo que ignoraba.

-No es algo que te incumba- respondí. No cedería a abrir mis sentimientos.

Quizás fuese mi propia personalidad, pero no podría decir ahora qué me hizo cambiar de decisión. Estaba seguro que comenzaría una cháchara que no terminaría muy pronto, de forma similar a como comienzo un escrito, y demoro párrafos y más párrafos en terminarlo. Muchos se aburren de la lectura... tengo tanto que decir, y hay tanto que a otros ni les importa leer... Ju, como si me importara...


La voz calló un buen rato. Me daba tiempo suficiente para observar mi alrededor una vez más. Respirar se hacía pesado, fatigoso, además de incomodo. Sentía el roce en mis bronquios de un aire enrarecido, pesado, y por sobretodo muy denso. Me irritaba el interior, y en lo único que estimulaba era a toser. Muy fuerte. Tanto que podría acallar las voces de mi ser.
Nunca pude entender qué era lo que producía esa desazón, aunque tenía mis propias teorías al respecto... Cuando vi por sobre la procedencia del rayo de luz, atisbé un color celeste en el cielo. Eso me motivó.

-No importa nuestro pasado, no importa lo que fuimos alguna vez. Muchas cosas de esos momentos nos sirvieron para moldear lo que somos, lo que hicimos para expresarnos. Pero... siempre hay algo que no cambia en nuestro interior- agregué. Noté como mi respiración comenzaba a aumentar en frecuencia. De repente, el aire se hacía más fácil de respirar.
-¿Realmente crees que no hay importancia en lo que hiciste antes?- volvió a increpar la voz. -¿No te importó acaso todo el daño y el sufrimiento que lograste en algunos con tus actos?-
-No- contesté. -No como un todo. Quizás pienses que estoy siendo un poco egoísta, pero hay varias maneras de expresar lo que dije, y sólo estoy usando una de tantas. Si quieres puedo contarte lo que realmente pienso, pero necesito diez años para lograrlo. Un año para contarte lo que pienso, y siete para que entiendas por qué lo pienso-.
-¿Y los otros dos?- respondió.
-Para que me abandones y me dejes en paz- agregué.

Sabía que era lo que podía pensar. No era la primera vez que me sucedía. Muchos otros antes me habían dejado momentáneamente. Les costó mucho entender por qué lo hacía. Vinieron después, largos años después, a hablar conmigo de todo. Pero no estuvieron en el momento en que los necesitaba. Fueron mis enemigos, ellos, a quienes creía que serían mis amigos, incondicionales en todo.
Pero, de una u otra manera, no me era sorpresa. No era la primera vez, ni la última, que sucedía. Sólo debía tener cuidado de elegir bien las palabras. Era todo. Nadie entendería nunca mis sentimientos. Nadie.
Eran muy diferentes a los de un ser ordinario.

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Las nubes abrieron en cuanto levanté la mirada. Allí estaba ese cielo que tanto me gustaba: celeste, limpio, brillante. Un sol radiante se elevaba en el cénit. Hacía mucho calor, pero ¿qué más daba? Prefería eso que el atisbo de frío y depresión que traía el día nublado. Lo que iba a venir, vendría, y ya habría tiempo de hacerle frente.
Los problemas habría que enfrentarlos, tarde o temprano. Pero ahora necesitaba descansar. Era demasiado para mi ser en un sólo día.

Me recosté en el suelo de pasto que había bajo mis extremidades, y me estiré en todo lo que pude de cara al suelo. Allí me recosté, con las patas delanteras lejos de mí. Dejé que mi cola meneara tranquilamente, mientras apoyaba mi hocico en el suelo. Y fue cuando lo sentí. Ese olor, esa esencia. Sonreí. Era uno de los pocos rasgos que me quedaban de mi existencia humana. Y levanté la cabeza hacia el viento. Sabía que ella estaba ahí, esperando mi regreso. Y con ese pensamiento, fui perdiendo la consciencia hasta que me cerraron los párpados, y terminé profundamente dormido...